El fútbol argentino está en una guerra que casi nadie nombra. Afuera se discute si los árbitros se equivocan, si los torneos tienen 30 equipos, si cambian los reglamentos de un día para el otro. Pero todo eso es la espuma. El fondo del asunto es otro: ¿los clubes van a seguir siendo de los socios o van a pasar a manos de empresas?
La batalla real.
De un lado están los grupos económicos y parte de la política que quieren que los clubes se transformen en Sociedades Anónimas Deportivas. Para ellos el fútbol es un negocio enorme: un público fanático asegurado, estadios construidos, una marca lista para explotar y jugadores que pueden venderse al mundo.
Del otro lado está la AFA, con Tapia a la cabeza, defendiendo el modelo de clubes sociales, donde las decisiones se toman en asambleas, hay elecciones y los socios son los dueños del club. En su mirada, los clubes son instituciones que cuidan a los pibes, sostienen deportes amateurs y tienen identidad y pertenencia, no solo cuentas bancarias.
¿Y dónde se genera el lío?
En que para frenar la entrada de las empresas, la AFA anda haciendo malabares. Torneos con muchos equipos, favores por acá y por allá, reglamentos que cambian de golpe… Todo eso se hace para que todos los clubes estén alineados y nadie abra la puerta a las SAD. Pero el precio es la desconfianza del hincha.
Los que impulsan las empresas prometen orden, plata y profesionalismo. Suena lindo. Pero en los países donde ya pasa se vio el otro lado: los clubes dejaron de ser de los socios, se cerraron deportes que no ganan plata, nadie sabe bien quiénes son los dueños de verdad y los jugadores pasan de un club a otro como si fueran mercadería según convenga al negocio.
También pasa que los mismos dueños tienen varios clubes. Y si conviene que un equipo se refuerce para meterse en una copa, y otro pierda jugadores para bajar costos, lo hacen sin pensar en los hinchas. No importa la historia ni la camiseta: importa la ganancia.
Y en ese mundo desaparecen las elecciones, las asambleas, las peñas, la vida social y hasta el sentido de pertenencia. Ahí no hay socios. Hay clientes.
Por otro lado, sería ingenuo pensar que el modelo actual no tiene problemas. Los clubes necesitan más transparencia, mejor administración y menos favores. Pero cambiar eso no debería significar entregar el fútbol a un grupo empresario que cuide solo su bolsillo.
La discusión, en el fondo, no es sobre Tapia ni sobre quién está al mando hoy.
¿Queremos que nuestros clubes sigan siendo instituciones que forman deportistas, contienen pibes y representan barrios?
¿O queremos convertirlos en negocios donde la pertenencia y la historia valgan lo mismo que una línea de balance?
La elección todavía no se tomó. Pero cuando se tome, va a redefinir para siempre qué significa ser un hincha en la Argentina.






