¿SEGURO QUE LO QUE DECIMOS LO PENSAMOS NOSOTROS?

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A veces creemos que somos nosotros quienes hablamos, pero resulta que solo repetimos lo que otro quiere, quizás con alguna razón inconfesable.

Tendemos a pensar que hablamos por convicción, porque es nuestro sentir, porque lo creemos de verdad.
¿Lo hacemos porque vemos la realidad y la contamos? — Y puede ser que sí… o puede ser que no tanto.

Decimos esto porque en esta época digitalizada, de redes sociales, existe algo que no se ve, que no se toca pero está, y decide qué se muestra y qué no, qué se viraliza y qué no, algo abstracto pero real, llamado algoritmo.

Y cuando decimos “algoritmo” no hablamos de un científico loco en un laboratorio. Es algo simple, pero jodido: es una máquina que premia el quilombo y esconde lo que nos puede poner de acuerdo.

Y créannos: no es preocupante el que recibe un sobre para decir tal o cual cosa. Eso es fácil de identificar, y todos sabemos quién es quién.
El problema somos nosotros, los que hablamos en serio, de manera genuina, los que decimos lo que pensamos porque lo sentimos así.

Pero sin darnos cuenta terminamos diciendo exactamente lo que le conviene a los mismos de siempre: a los que, en nombre de la justicia, el orden y las causas morales, nos manipulan para que militemos causas supuestamente justas… y no veamos la cuestión de fondo, la que beneficia a unos pocos en perjuicio de las mayorías.

Y no lo hacemos porque seamos malos ni porque nos paguen, sino porque el algoritmo te muestra más cuando estás indignado y enojado, y te esconde cuando pensás.
Y la clave es que si un contenido se hace viral, lo repetís; y si algo no se hace viral —por más bueno que sea— lo abandonás y lo dejás de lado.
Ahí es cuando ya no hablamos nosotros, ahí el que habla es el algoritmo con nuestra boca.

¿De verdad elegimos de qué se discute en las redes?

Seamos sinceros con nosotros mismos:
¿Hablamos del aumento del alquiler?
¿Del sueldo que no alcanza?
¿De los viejos que no pueden comprar los remedios?

La verdad es que no: Hablamos del quilombito del día, de la pelea de famosos, de la frase picante que tiró tal político, de la indignación de moda.

No nos damos cuenta y nos tienen peleándonos por boludeces, mientras las cosas importantes pasan de largo.

Muchos dirán: “¿Qué dice este?”
Está bien, entiendo. Este es un sitio deportivo, y el 90% de las notas son sobre el fútbol de nuestra provincia. Eso es verdad.
Pero podríamos cambiar los ejemplos por lo que pasa en el fútbol a nivel nacional:  se habla del quilombo en AFA, de los árbitros, del reglamento para premiar a Rosario Central, de si Estudiantes dio la espalda en el pasillo, si corresponden sanciones, peleas en los comentarios, si los clubes cierran filas con AFA y firman un comunicado de apoyo… en fin, cosas de un algoritmo que no son casuales ni inocentes.

En mi experiencia, cada vez que nos dijeron que algo era un desastre, que estaba mal, que no funcionaba, que era una cueva de ladrones… fue porque se lo querían apropiar.

Y generalmente lo terminan consiguiendo.
Por eso decimos que esto es una guerra donde el trofeo es el fútbol, y cada uno debería detenerse a pensar y ver que detrás de toda esta pelea de coyuntura existe un troyano oculto.

El poder no necesita convencernos.
Solo necesita que hablemos de lo que ellos quieren, que nos peleemos entre nosotros, que no miremos para arriba, que estemos enojados con el vecino, en vez de con quienes —desde el anonimato—  toman las decisiones.
Y el algoritmo le da manija a todo lo que nos divide y le baja la precio a todo lo que nos une.

¿Casualidad?
Vos sabés que no.


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